La revolución cronométrica
Introducción
¿Se imaginan cómo sería la vida si no pudiéramos decir la hora? ¿Cómo diferenciaríamos los días o los años? ¿Cómo sabríamos cuándo estar en el trabajo o qué día celebrar nuestro cumpleaños? “El tiempo existe tanto si lo notamos o no, pero la cronología, la medición del tiempo, es una construcción esencial en nuestras vidas que nos permite registrar el pasado”. La historia generalmente se cuenta como un relato cronológico de los eventos pasados. Se requiere de una cronología precisa para el pensamiento histórico. Además de poder contar una historia completa e íntegra de eventos pasados, el conocimiento del tiempo también permite a los historiadores dar sentido a estos eventos. A medida que los historiadores interpretan los eventos, pueden desarrollar narraciones y argumentos significativos sobre el pasado.
Si bien la cronología ayuda a los historiadores a situar los eventos en secuencia, el mero hecho de obtener las fechas y horas correctas no es historia. Como explica el historiador Bob Bain, “La historia depende de la interpretación y la creación de significado, pero la cronología correcta es fundamental para que los historiadores puedan sacar conclusiones sólidas, realizar interpretaciones históricas razonables y desarrollar argumentos convincentes. La cronología no es historia, pero la historia depende de una cronología buena y precisa”.
La primera revolución cronométrica: escritura
Se podría pensar que los humanos tuvieron que aprender a escribir antes de poder empezar a llevar la cuenta del tiempo. En realidad, ya habían estado usando métodos de seguimiento del tiempo mucho antes de la palabra escrita. Los pueblos del Paleolítico y Neolítico transmitían información oralmente a través de la narración de historias. Este tipo de narrativa oral se convirtió en tradición y fue utilizada por varias culturas diferentes para contar la historia de su pueblo. Por desgracia, las historias implican licencias creativas y tienden a cambiar un poco cada vez que las cuentan. Eso es excelente para mantener el interés, pero puede no ser tan bueno al momento de transmitir información precisa y confiable. A medida que se vuelve a contar una historia a lo largo de generaciones, ciertos detalles como esa semana de lluvia pueden convertirse en un huracán de un año. Una vez que la gente comenzó a registrar eventos utilizando un lenguaje escrito, esta información quedó grabada en el registro histórico.
Aunque la escritura nos brindó una imagen más detallada del pasado, está lejos de ser una imagen completa. A muchos historiadores del pasado les gustaba decir que “historia” es todo lo que se escribió, y “prehistoria” es todo lo que sucedió antes de la invención de la escritura. Los expertos en este campo tendían a centrarse en épocas y lugares que tenían un sistema de escritura desarrollado. Eso funciona bien si solo se desea aprender sobre comunidades que han desarrollado la escritura. Sin embargo, limita su área de estudio a ciertos períodos de tiempo y ubicaciones geográficas.
Las comunidades que existían antes del registro escrito, o aquellas que no desarrollaron la escritura en absoluto, a menudo fueron ignoradas.
Además, al usar solo la escritura de una comunidad en particular para averiguar cómo era, limitas el estudio a la perspectiva de las personas alfabetizadas. Aquellos que sabían escribir en los antiguos estados agrarios solían ser los que tenían más educación y privilegios. Esta población de personas alfabetizadas, especialmente en la antigüedad, era extremadamente pequeña y en muchas sociedades ocupaba una posición de privilegio. Por lo tanto, los historiadores solo observaron cómo un grupo muy limitado de personas vio o registró eventos. Sería como si, dentro de un millón de años, los historiadores miraran hacia el siglo XXI considerando únicamente la perspectiva de los maestros de escuela. Sí, la docencia es una gran profesión y eso incluye alrededor del dos por ciento de la población total (al menos en los EE. UU.). Pero este tipo de estudio dejaría fuera al otro 98 por ciento de las personas. Otro problema es que la escritura es únicamente una actividad humana. Cuando confías únicamente en los registros escritos, se dejan de lado aspectos del mundo natural. Las plantas y los animales quedan entonces excluidos del registro histórico. ¿Cómo podemos entender realmente el pasado cuando nuestro material de origen solo cubre una fracción de lo que sucedió durante siglos?
La segunda revolución cronométrica: radioactividad
A principios del siglo XX, el científico británico nacido en Nueva Zelanda, Ernest Rutherford, descubrió la desintegración radiactiva, que ayudaría a provocar una revolución en términos de datación de artefactos. Más tarde, un químico estadounidense llamado Willard Libby pudo aprovechar la investigación de Rutherford y muchos otros científicos, incluida Marie Curie. Determinó la tasa de descomposición de ciertos isótopos como el carbono-14. Repentinamente dimos con una manera de medir y datar los restos de cosas que vivieron hace miles de años. Libby publicó sus hallazgos en 1946, lo que marca el comienzo de la segunda revolución cronométrica. Libby ganó el Premio Nobel de Química en 1960 “por su método para utilizar el carbono-14 para determinar la edad en arqueología, geología, geofísica y otras ramas de la ciencia” (The Nobel Foundation, 2018).
El material orgánico contiene carbono y cuando un organismo muere, el isótopo carbono-14 comienza a descomponerse. Los científicos pueden medir la tasa de descomposición del carbono-14 para determinar la edad del material orgánico. Por supuesto, existen límites para la datación por carbono, ya que el carbono-14 solo es preciso en organismos que tienen menos de 60.000 años. La buena noticia es que existen otros isótopos con vidas medias más largas que pueden retroceder mucho más. Por ejemplo, el potasio-40 puede llegar a 1,3 mil millones de años, el uranio-238 a 4,5 mil millones de años y el rubidio-87 a 49 mil millones de años.
Los científicos también han encontrado una variedad de otras formas de medir el tiempo. Por ejemplo, con la datación por anillos de árboles (dendrocronología), se puede usar un árbol vivo para contarnos una historia de cada estación que ha vivido. En el caso del pino de 1.230 años en Italia, el más antiguo registrado, esa es mucha información. Luego tenemos la datación genética, un método que puede determinar la cronología de la biología evolutiva. La datación genética permite a los científicos rastrear los orígenes de animales y humanos a través de sus códigos genéticos. Finalmente, tenemos la poderosa invención de la espectrometría de masas con acelerador (AMS) de finales de la década de 1970. Este importante avance en la datación por isótopos radiactivos utiliza aceleradores de partículas para medir con mayor rapidez y precisión la descomposición y fechar los materiales orgánicos.
Los expertos en muchas disciplinas ahora pueden fechar eventos que ocurrieron mucho antes de que comenzara la escritura. Antes de la década de 1960, solo podíamos retroceder unos 5.000 años, cuando comenzó la escritura. Hoy sabemos que la Tierra tiene 4,5 mil millones de años y el universo tiene más de 13,8 mil millones de años. Sin estos avances de la segunda revolución cronométrica, no tendríamos la narrativa de la Gran Historia que aprendieron en Módulo 1. Ahora sabemos más sobre la historia de los humanos, la Tierra y el universo que nunca antes, debido a estas revoluciones en la medida del tiempo. Quién sabe qué nuevos descubrimientos e inventos nos permitirán conocer aún más de nuestra historia.
Bridgette Byrd O'Connor
Bridgette Byrd O'Connor tiene un doctorado en historia de la Universidad de Oxford y ha enseñado Gran Historia, Historia Mundial y AP del gobierno y política de los EE. UU. durante los últimos diez años a nivel de escuela secundaria. Además, es escritora independiente y editora de los programas de estudio del Proyecto Big History y del Curso Intensivo de Historia del Mundo y de la Historia de los Estados Unidos.
Bob Bain
Bob Bain es profesor adjunto en la Facultad de Educación y en los Departamentos de Historia y Estudios de Museos de la Universidad de Michigan. También es director de la Iniciativa de historia y literatura mundial de U-M y jefe del cuerpo docente en el Proyecto Big History. Antes de irse a la U-M en 1998, enseñó historia y estudios sociales en la escuela secundaria durante 26 años. La investigación de Bain se centra en la enseñanza y el aprendizaje de la historia y las ciencias sociales en las aulas, en línea, en museos y hogares.
Créditos de las imágenes
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Portada: Calendario azteca, siglo XV, México. Mexico City, Museo Nacional De Antropologia (Anthropology Museum) © DeAgostini / Getty Images
Contrato sumerio: venta de un terreno y una casa. Shuruppak, escritura precuneiforme, c. 2600 a.C. Por Marie-Lan Nguyen, dominio público. https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Sales_contract_Shuruppak_Louvre_AO3766.jpg#/media/File:Sales_contract_Shuruppak_Louvre_ AO3766.jpg
Espectómetro de masa con acelerador en el Laboratorio Nacional Livermore National. Dominio público. https://commons.wikimedia.org/wiki/File:1_MV_accelerator_mass_spectrometer.jpg#/media/File:1_MV_accelerator_mass_spectrometer.jpg